Las mascaras del heroe - Juan Manuel de Prada

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Os sitúo un poco. Juan Manuel de Prada es ese señor que escribe una página de opinión mojigata y pudibunda en El Semanal. De cara más bien redonda y blanquecina, con gafas enormes y peinado con raya, yo siempre me lo he imaginado como un niño pedante y obediente, algo crecidito. Hace no muchos años (no sabría decir cuándo exactamente), le entró la manía neo-católica y desde entonces escribe como si fuera camarlengo de Su Santidad.

Pues bien, varios días después de acabar esta novela todavía no me creo que su autor sea la misma persona. En este libro no hay nada que recuerde, ni de lejos, a la prosa afectada y moralista con que castiga de Prada a los lectores de El Semanal. Todo lo contrario: Las máscaras del héroe es un texto bronco y difícil, repleto de escenas y anécdotas que repugnan hasta la arcada. Se reconoce la elaboración (algo alambicada) de las frases, el cuidado en la elección de cada palabra, pero ahí acaba todo el parecido. La misma retórica que en los artículos se viste de domingo y se va a merendar con el obispo en vajilla de plata, se pasea en esta novela por todos los burdeles de Madrid, embarrándose de esputos y semen.

Desde luego, hay que reconocer que Juan Manuel de Prada se adapta a su tema hasta las últimas consecuencias. Habla de la bohemia madrileña, desde principios de siglo hasta la Guerra civil, así que no cabe quejarse porque sus personajes se muevan constantemente entre la miseria y la ruindad: ése es, en gran parte, el espectro de nuestra historia. Pero no sólo. El lector es confrontado en cada página con tales dosis de suciedad, cobardía y violencia, que no puede dejar de sentir cierta artificialidad. Empeñado en su hiperrealismo de orinal y gargajos, de Prada acaba ofreciendo una caricatura torpe del ambiente que retrata.

Todos los personajes del Madrid de entonces desfilan por el libro. Valle-Inclán, Gómez de la Serna, Cansinos Assens (y su discípulo Borges), Lorca, Buñuel, Dalí, Azaña, Primo de Rivera... En medio de todos ellos, atravesando la novela como un fantasma, Pedro Luis Gálvez, poeta malagueño que aparece en Luces de bohemia y era entonces muy conocido en tertulias y cafés. (El espectador de Luces, por cierto, reconocerá también la escena del velatorio de Max, protagonizada aquí por quien supuestamente la inspiró: Alejandro Sawa.) El protagonista casi invisible es Fernando Navales, que está siempre en el lugar apropiado para que de Prada pueda contar una anécdota famosa o presentar un personaje conocido. Aparte de parecer una mera excusa del autor, su maldad luciferina lo hace aún más increíble: hay pocos vicios que no cultive en un momento u otro de la novela.

En definitiva: me ha costado horrores terminar este tocho de 600 páginas, pese al interés por el tema. La culpa la tienen a partes iguales la retórica cargante y el afán por hacer vomitar al lector. No he leído ninguna novela posterior de Juan Manuel de Prada, pero espero que haya dejado de jugar a ser malo y escribir guarrerías, porque no es lo suyo.


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